Estas fechas sirven a algunos para descansar o, en su defecto, para remontar un poco y tomar algo de aliento. La Navidad sirve a muchos como excusa para volver.
Volver a hacer las maletas, cada vez con menos equipaje ya que el calor necesario lo ponen quienes te reciben. Volver meterte en un avión a más de 800 kilómetros por hora y doce mil metros de altura. Volver a ver la costa valenciana y los pueblos de Albacete desde esa minúscula ventana que, alguna vez, a todos nos ha pasado por la cabeza romper para hacer la gracia antes de volver a usar la cabeza. Volver al tsunami de olivos y a las cuestas que cada vez cuestan menos subir.
Volver a aterrizar en el aeropuerto de Granada-Jaén, al mismo que tantos recuerdos me devuelve y en los que su protagonista llora como un imbécil más mientras se despide de una mujer que marcha para jamás volver (a ser la misma).
Volver a aterrizar en el aeropuerto de Granada-Jaén, al mismo que tantos recuerdos me devuelve y en los que su protagonista llora como un imbécil más mientras se despide de una mujer que marcha para jamás volver (a ser la misma).
Volver al abrazo de mi padre, a la ternura de mi madre, a la nueva madurez de mi hermana. Volver a jugar con un gato diez veces más grande. Volver a poner los pies en el tiesto.
Volver a quedar con un buen amigo para tomar una cerveza y volver a comprobar que, en menos que canta un gallo y sin planearlo demasiado, un bar se llena de buenos amigos y otros sucedáneos. Volver a beber para contarlo y contarlo para beber. Volver a las buenas conversaciones, a las noches sin besos ni futuro y a las copas con risas. Volver a improvisar esas cosas que nos pasan y que tanto nos divierten. Volver a conocer una rubia encantadora para inmediatamente volver a descubrir que no te apetece conocerla mejor.
Volver a la buena compañía de la familia, volver al regazo de esas personas que convierten apellidos tan comunes como los míos en únicos, propios y admirables. Volver al FM de Beas de Segura para volver a perder al billar con mi primo.
Volver a quedar con un buen amigo para tomar una cerveza y volver a comprobar que, en menos que canta un gallo y sin planearlo demasiado, un bar se llena de buenos amigos y otros sucedáneos. Volver a beber para contarlo y contarlo para beber. Volver a las buenas conversaciones, a las noches sin besos ni futuro y a las copas con risas. Volver a improvisar esas cosas que nos pasan y que tanto nos divierten. Volver a conocer una rubia encantadora para inmediatamente volver a descubrir que no te apetece conocerla mejor.
Volver a la buena compañía de la familia, volver al regazo de esas personas que convierten apellidos tan comunes como los míos en únicos, propios y admirables. Volver al FM de Beas de Segura para volver a perder al billar con mi primo.
Volver al frío en los huesos. Volver al calor en el alma. Volver a los coloquios familiares entre las carcajadas de las madres junto al brasero, los padres frente a la lumbre y los hijos con el cubata en mano. Volver a discutir sobre la tristeza que viene trasmitiendo el Real Madrid desde hace demasiadas temporadas y sobre la injusticia de los sorteos navideños que nunca nos tocan.
Volver a Jaén, a El Bodegón y su Tere detrás de la barra sirviendo mortadela, salchichón y litros de cerveza. Volver a la antigua casa del Rector y reinventar Jaén, la ciudad que queremos y que criticamos con todo nuestro corazón. Volver al país donde el tiempo pasa más despacio, a las calles donde el corazón late a mayor velocidad.
Volver y descubrir que un lagarto, cuando huye, lo hace dejándose alcanzar, haciendo trampas, mirando de reojo constantemente.
Volver a mirar las noticias para volver a entender que somos pocos quienes podemos celebrar algo. Volver a El Corte Inglés y comprobar que la palabra crisis resulta cuanto menos insultante si es analizada con la razón social y no con la frialdad del capitalista.
Volver a mirar hacia la Tierra Santa y descubrir cómo los hijos de la grandísima puta de siempre, el Ejercito israelí, bombardea la franja que separa Gaza de Israel. Volver a preguntarse por qué, mientras unos juegan a víctima y verdugo o al perro y al gato, son los inocentes quienes pagan la indecencia de los culpables.
En Gaza el verbo estar acompaña a volver. Volver a estar atrapado entre dos tierras y recibiendo contínuamente regalos de muy mal gusto: cerca de doscientas víctimas, mucho miedo, incomprensión y dosis fatales de sinrazón.
La Navidad necesita actualizarse. Ya nadie puede creer que los Reyes vengan de Oriente sin pasar por aduanas. De venir en avión, tendrían un problema serio con el peso del equipaje. Y lo peor de todo es ver a Baltasar huyendo de la policía con una manta a la espalda poco antes de ser extraditado y cuando ya es demasiado tarde para evitar su explotación.
Me dirán ustedes aquello de tengamos la fiesta en paz, pero la verdad es que uno, con tanto turrón de chocolate, tanto mantecao, tanta uva y tanta sidra que se mete entre pecho y espalda no sabe muy bien si, con la se ha armao en Belén, tiene derecho a cagar tranquilo.
Volver a Jaén, a El Bodegón y su Tere detrás de la barra sirviendo mortadela, salchichón y litros de cerveza. Volver a la antigua casa del Rector y reinventar Jaén, la ciudad que queremos y que criticamos con todo nuestro corazón. Volver al país donde el tiempo pasa más despacio, a las calles donde el corazón late a mayor velocidad.
Volver y descubrir que un lagarto, cuando huye, lo hace dejándose alcanzar, haciendo trampas, mirando de reojo constantemente.
Volver a mirar las noticias para volver a entender que somos pocos quienes podemos celebrar algo. Volver a El Corte Inglés y comprobar que la palabra crisis resulta cuanto menos insultante si es analizada con la razón social y no con la frialdad del capitalista.
Volver a mirar hacia la Tierra Santa y descubrir cómo los hijos de la grandísima puta de siempre, el Ejercito israelí, bombardea la franja que separa Gaza de Israel. Volver a preguntarse por qué, mientras unos juegan a víctima y verdugo o al perro y al gato, son los inocentes quienes pagan la indecencia de los culpables.
En Gaza el verbo estar acompaña a volver. Volver a estar atrapado entre dos tierras y recibiendo contínuamente regalos de muy mal gusto: cerca de doscientas víctimas, mucho miedo, incomprensión y dosis fatales de sinrazón.
La Navidad necesita actualizarse. Ya nadie puede creer que los Reyes vengan de Oriente sin pasar por aduanas. De venir en avión, tendrían un problema serio con el peso del equipaje. Y lo peor de todo es ver a Baltasar huyendo de la policía con una manta a la espalda poco antes de ser extraditado y cuando ya es demasiado tarde para evitar su explotación.
Me dirán ustedes aquello de tengamos la fiesta en paz, pero la verdad es que uno, con tanto turrón de chocolate, tanto mantecao, tanta uva y tanta sidra que se mete entre pecho y espalda no sabe muy bien si, con la se ha armao en Belén, tiene derecho a cagar tranquilo.
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