Ahora que de casi todo hace veinte años..
Entonces el fútbol, como tantas otras cosas, funcionaba de otra manera. Primaba la calidad sobre el físico en jugadores que nada tienen que ver con los de ahora. Un defensa con algo de panza y papada como Koeman sería imposible en el Barça de hoy. También es cierto que nadie ha vuelto a lanzar las faltas como él, salvo Mijhailovic o Ronaldinho.
Las victorias valían el doble de puntos que un empate. Un 5-0 valía dos puntos y un miserable empate a cero la mitad. Con la actual regla de tres, un miserable 1-0 tiene el triple de valor que un empate a cuatro.
Y no hablemos del dinero que se movía entonces, ni del que se mueve ahora. Los intereses publicitarios y televisivos de aquella época reflejaban claramente los escasos beneficios que generaba una retransmisión deportiva en cualquier medio de comunicación. Ver un partido el sábado en la autonómica y el domingo en el plus era un lujo y una cita obligada. Para la Champions ya estaba la estatal. Esta noche La Sexta retransmite una nueva edición del clásico de nuestra liga, el Barça-Madrid: ese partido por el cual las cadenas de TV se dan de hostias. La cadena de Roures empleará las mismas cámaras slow motion de baja velocidad que se estrenaron en España durante la Eurocopa y los Juegos de Pekín.
Hace veinte años los jugadores llevaban los dorsales del 1 al 11, y los suplentes como mucho llegarían al 18. La palabra cláusula sonaba a chino. De hecho, y que yo recuerde, no había chinos jugando al fútbol en Europa. En realidad no sé si había chinos en el mundo. Yo, al menos, no vi ninguno hasta que apareció Humor Amarillo en las mañanas de Telecinco. Ahora sabemos que hay chinos, pero no por que les de por el fútbol.
Claro que en aquel fútbol había sitio para los extranjeros, pero con cuentagotas. En un 'once' sólo podían jugar tres. Luego apareció un tal Bosman y nos hizo un favor a todos. Se abrieron un poquito las fronteras y se diferenció comunitarios de extracomunitarios, o lo que es lo mismo: extranjeros de primera y de segunda. Pero el deporte salió ganando y los espectadores aún más. Que los buenos están en casi cualquier rincón del planeta es algo que hasta el más tonto sabe. Los que manejan el cotarro se dieron cuenta de ello y es por eso que ahora disfrutamos de equipos formados por africanos, sudamericanos o asiáticos. Sobra decir que si los italianos tienen derecho a jugar al fútbol fuera de su país, los demás no van a ser menos. Más aún teniendo en cuenta que al no ser italianos, saben jugar al fútbol. Y que me perdone Vieri, la excepción que confirma la regla.
Año 1992. La Copa de Europa la juegan sólo los campeones de la liga de cada país. Primero hay que pasar la ronda de los dieciseisavos de final y después la de octavos. Los ocho clasificados se dividen en dos grupos (denominada liguilla de semifinales) y el mejor de cada uno juega la final. El primer partido de esa liguilla del grupo B lo juegan Barça y Benfica en el Camp Nou.
Delante del televisor se encuentra un chico gordito de nueve años con gafas y sin ningún interés por el fútbol, estupidez que sólo servía para volver aún más locos a todos esos gilipollas que no sabían de la existencia de los playmobil.
Las victorias valían el doble de puntos que un empate. Un 5-0 valía dos puntos y un miserable empate a cero la mitad. Con la actual regla de tres, un miserable 1-0 tiene el triple de valor que un empate a cuatro.
Y no hablemos del dinero que se movía entonces, ni del que se mueve ahora. Los intereses publicitarios y televisivos de aquella época reflejaban claramente los escasos beneficios que generaba una retransmisión deportiva en cualquier medio de comunicación. Ver un partido el sábado en la autonómica y el domingo en el plus era un lujo y una cita obligada. Para la Champions ya estaba la estatal. Esta noche La Sexta retransmite una nueva edición del clásico de nuestra liga, el Barça-Madrid: ese partido por el cual las cadenas de TV se dan de hostias. La cadena de Roures empleará las mismas cámaras slow motion de baja velocidad que se estrenaron en España durante la Eurocopa y los Juegos de Pekín.
Hace veinte años los jugadores llevaban los dorsales del 1 al 11, y los suplentes como mucho llegarían al 18. La palabra cláusula sonaba a chino. De hecho, y que yo recuerde, no había chinos jugando al fútbol en Europa. En realidad no sé si había chinos en el mundo. Yo, al menos, no vi ninguno hasta que apareció Humor Amarillo en las mañanas de Telecinco. Ahora sabemos que hay chinos, pero no por que les de por el fútbol.
Claro que en aquel fútbol había sitio para los extranjeros, pero con cuentagotas. En un 'once' sólo podían jugar tres. Luego apareció un tal Bosman y nos hizo un favor a todos. Se abrieron un poquito las fronteras y se diferenció comunitarios de extracomunitarios, o lo que es lo mismo: extranjeros de primera y de segunda. Pero el deporte salió ganando y los espectadores aún más. Que los buenos están en casi cualquier rincón del planeta es algo que hasta el más tonto sabe. Los que manejan el cotarro se dieron cuenta de ello y es por eso que ahora disfrutamos de equipos formados por africanos, sudamericanos o asiáticos. Sobra decir que si los italianos tienen derecho a jugar al fútbol fuera de su país, los demás no van a ser menos. Más aún teniendo en cuenta que al no ser italianos, saben jugar al fútbol. Y que me perdone Vieri, la excepción que confirma la regla.
Año 1992. La Copa de Europa la juegan sólo los campeones de la liga de cada país. Primero hay que pasar la ronda de los dieciseisavos de final y después la de octavos. Los ocho clasificados se dividen en dos grupos (denominada liguilla de semifinales) y el mejor de cada uno juega la final. El primer partido de esa liguilla del grupo B lo juegan Barça y Benfica en el Camp Nou.
Delante del televisor se encuentra un chico gordito de nueve años con gafas y sin ningún interés por el fútbol, estupidez que sólo servía para volver aún más locos a todos esos gilipollas que no sabían de la existencia de los playmobil.
Barcelona está en el mapa de España, pero lo mejor es no preguntarle dónde. Mientras cena, algo maravilloso sucede tras la pantalla. Suena un himno con una letra incomprensible. Miles de personas aplauden y gritan cuando aparecen once tipos más flacos que la rabia. El niño piensa que eso no es normal, que algo tiene que haber ahí. Las luces del salón se apagan y el Camp Nou entra en su casa, literalmente. Quienes antes eran unos tíos jugando a algo insulso se convierten en algo esplendoroso. El Barça gana 3-2 y meses después se hace con su primera Copa de Europa. Aquello sería, definitivamente, una señal para el niño.
Zubizarreta, Sergi, Ferrer, Bakero, Koeman, Juan Carlos, Nando, Goikoetxea, Eusebio, Stoichkov, Alexanco, Salinas y Laudrup dejaron de ser once anónimos para convertirse en los once tipos que, juntos y bajo la tutela de un tal Cruyff, definieron aquello que a día de hoy sigo entendiendo como fútbol. Eso mismo que hoy practican Valdés, Alves, Puyol, Márquez, Xavi, Touré, Keita, Henry, Bojan, Messi, Eto´o e Iniesta.
Dieciséis años después aquel niño sigue siendo culé, por suerte o por desgracia. Dieciséis años después Barcelona está en mi mapa, y mi casa ya no queda tan lejos del Camp Nou.
En 1992 un tal Pep Guardiola está consagrado como líder del centro del campo. Hoy, desde el banquillo, sigue siendo el líder. De momento ha conseguido que este Barça juegue tan bien como aquel de dos grandísimos entrenadores holandeses. Algún día alguien se lo reconocerá, gane o no gane títulos, y aunque muchos estén deseando que este tío que nunca había entrenado a ningún grande se pegue la hostia para criticarlo. Hay quienes olvidan que Guardiola no es ningún novato.
Han sido muchos los Barça-Madrid que han sufrido mis nervios a lo largo de estos años. Recuerdo muy vivamente aquella manita con el magnífico Romario. Y también cómo el Camp Nou se convertía en campo de batalla imposible para el Madrid durante 18 años. Y claro, también hay sitio en la memoria para las derrotas amargas, como aquella en Champions o la del año pasado con un Barça de lo más inútil.
Aquella noche de 1992 nadie avisó a aquel chaval gordito y con gafas de nueve años que, a finales de 2008, acudiría esta noche a aquel estadio que tanto le impresionó. Y nada menos que para ver el clásico. Tampoco le avisaron que estudiaría el idioma de aquel himno.. Ni de muchas otras cosas, claro está.
Son tiempos de crisis para el bolsillo pero nunca para las relaciones familiares, la cual sigue haciéndome regalos maravillosos que valen más de 70 euros. Mi primo David tiene una silla en ese olimpo particular que forman las personas que admiro, y no precisamente como resultado de esta entrada que me regala.
El Barça y la ilusión se mantienen intactos y, claro, a uno nunca se le olvida que, pase lo que pase, siempre compartirá una botella de Chivas con un amigo al que le tira un fútbol demasiado pobre para tanta riqueza personal. Y hablando de alcohol y personas ricas, déjenme brindar por otro amigo que en unas horas cumple años. Ojalá podamos hacerlo con el sabor de la victoria, y si no, siempre nos quedará la risa del después.
El Barça existe porque alguien tiene que jugar bien al fútbol, los buenos amigos para poder celebrar las victorias o reír las derrotas. Por esto y por otras cosas lo de esta noche és més que un clàssic.
Zubizarreta, Sergi, Ferrer, Bakero, Koeman, Juan Carlos, Nando, Goikoetxea, Eusebio, Stoichkov, Alexanco, Salinas y Laudrup dejaron de ser once anónimos para convertirse en los once tipos que, juntos y bajo la tutela de un tal Cruyff, definieron aquello que a día de hoy sigo entendiendo como fútbol. Eso mismo que hoy practican Valdés, Alves, Puyol, Márquez, Xavi, Touré, Keita, Henry, Bojan, Messi, Eto´o e Iniesta.
Dieciséis años después aquel niño sigue siendo culé, por suerte o por desgracia. Dieciséis años después Barcelona está en mi mapa, y mi casa ya no queda tan lejos del Camp Nou.
En 1992 un tal Pep Guardiola está consagrado como líder del centro del campo. Hoy, desde el banquillo, sigue siendo el líder. De momento ha conseguido que este Barça juegue tan bien como aquel de dos grandísimos entrenadores holandeses. Algún día alguien se lo reconocerá, gane o no gane títulos, y aunque muchos estén deseando que este tío que nunca había entrenado a ningún grande se pegue la hostia para criticarlo. Hay quienes olvidan que Guardiola no es ningún novato.
Han sido muchos los Barça-Madrid que han sufrido mis nervios a lo largo de estos años. Recuerdo muy vivamente aquella manita con el magnífico Romario. Y también cómo el Camp Nou se convertía en campo de batalla imposible para el Madrid durante 18 años. Y claro, también hay sitio en la memoria para las derrotas amargas, como aquella en Champions o la del año pasado con un Barça de lo más inútil.
Aquella noche de 1992 nadie avisó a aquel chaval gordito y con gafas de nueve años que, a finales de 2008, acudiría esta noche a aquel estadio que tanto le impresionó. Y nada menos que para ver el clásico. Tampoco le avisaron que estudiaría el idioma de aquel himno.. Ni de muchas otras cosas, claro está.
Son tiempos de crisis para el bolsillo pero nunca para las relaciones familiares, la cual sigue haciéndome regalos maravillosos que valen más de 70 euros. Mi primo David tiene una silla en ese olimpo particular que forman las personas que admiro, y no precisamente como resultado de esta entrada que me regala.
El Barça y la ilusión se mantienen intactos y, claro, a uno nunca se le olvida que, pase lo que pase, siempre compartirá una botella de Chivas con un amigo al que le tira un fútbol demasiado pobre para tanta riqueza personal. Y hablando de alcohol y personas ricas, déjenme brindar por otro amigo que en unas horas cumple años. Ojalá podamos hacerlo con el sabor de la victoria, y si no, siempre nos quedará la risa del después.
El Barça existe porque alguien tiene que jugar bien al fútbol, los buenos amigos para poder celebrar las victorias o reír las derrotas. Por esto y por otras cosas lo de esta noche és més que un clàssic.
1 comentario:
Muy emotivo y respetuoso con el contrario. No has usado la derrota para hacer sangre. ¡Bravo!. Así debería ser la afición de cualquier equipo. A fin de cuentas, aunque este partido en particular sea "algo más", no debería pasar de simple y puro deporte. Todos saldríamos ganando. Felicidades.
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