sábado, 20 de diciembre de 2008

Cincuenta años sin complejos

A excepción de la anticipada, ya sea de manera forzada o voluntaria, la edad establecida para la jubilación está en los 65. Si me equivoco, por favor, corríjanme.
En el arte entendido como profesión la jubilación jamás viene impuesta al alcanzar una edad concreta. El artista se jubila cuando las musas desaparecen o simplemente cuando otras inquietudes aprietan con más fuerza. Incluso cuando no se tienen más ganas o no hay nada que expresar. Y lejos de todo eso queda Raphael, el Cantante. Y cuando digo Cantante, lo digo en el sentido más estricto de la palabra y del oficio. De ahí las mayúsculas.

Hoy toca pelearme contra aquellos que no darán crédito a lo que escribo, contra aquellos que tampoco se plantearán la posibilidad cualquiera de mis afirmaciones. Pero las diré porque no tengo la menor duda de su más absoluta coherencia.

Hace un par de años compré para mi madre el recopilatorio Maravilloso Raphael, formado por tres cedés y un deuvedé con parte de lo mejor de la carrera de este peculiar personaje.
Mi pecado capital es mi mayor virtud: la curiosidad. En ocasiones, por su culpa, invierto mal mi tiempo. Gracias a ella también descubro grandes joyas. Faltaban dos semanas para poder dar el disco a mi madre. Demasiado tiempo para tener un disco nuevo encima de la mesa sin abrir. Decidí esconderlo en el cajón para no verlo, pero esto no hizo otra cosa que alimentar mi curiosidad.

Así que me tiré de cabeza al mar del pecado (toma cursilada) y abrí el regalo antes que lo hiciera su destinataria, en este caso, mi santa madre. Puse el primer cedé y mis oídos se abrieron de par en par, poco antes que la boca siguiera sus mismos pasos. Yo no sé qué era aquello, pero no daba crédito. Sí, reconozco que al principio el pudor y el miedo a decir que aquello era magnífico me superaron por completo.
¿Cómo reconocer que ese capullo era un maldito genio?

No y mil veces no: era imposible, mis cadenas intelectuales no me permitían decir que Raphael era más underground que Nirvana. Yo era un joven moderno y Raphael un puto carca pasadísimo de rosca, un facha sin gracia, un personaje más sobreactuado que un programa de toros en la tele. Que no, que no y que no.

Pero la curiosidad me llevó a investigar aún más. Este tipo había hecho pelis casposas de la época interpretándose a sí mismo, como Serrat. Con sólo nueve años fue elegido niño prodigio y mejor voz de Europa. Y participó en serio en Eurovisión. Joder, y encima de Linares. Lo que faltaba. Que no coño, que lo que hace este tío es una mierda en potencia, que no puede ser.
Pero coño, tiene algo. Joder, cuántas dudas..

Y una cosa llevó a la otra. Y Digan lo que digan llevó a Yo soy aquel, y esta me llevó a En Carne Viva, y esta a su vez a Qué sabe nadie. Luego aparecieron Provocación, Escándalo, Toco madera, Yo sigo siendo aquel, Mi gran noche, Frente al espejo y A que no te vas.
Hostia, tú, que me gusta Raphael. ¿Seré maricón? Bueno, será lo que me dicen mis amigos: que no tengo ni puta idea de música ni de ná. Pues ya que todos lo saben, será mejor dejarse llevar y disfrutar.

Entonces sigo mirando, escuchando y descubriendo perlas. Resulta que gracias a este tipo, la música sigue viva en los teatros de este país. Descubro que sus formas son el sello que hace de todas y cada una de sus canciones piezas únicas e irrepetibles. Y que eso que parecía tan histriónico y rechinante, no sólo lo es sino que además atraviesa las emociones de cualquier muro construido a base de prejuicios. Y entonces, en una entrevista en Lo+Plus, preguntan a Bunbury por este Cantante. Y resulta que opina lo mismo que yo: los primeros discos de Raphael son de lo mejor que se ha hecho en la historia de este país.

Sí, señores. Corren los sesenta, y mientras este país se recrea en joselitos, marisoles y grupos empeñados en imitar a las bandas británicas del momento, un tal Raphael se tira al vacío con estilo propio y metiendo unos metales absolutamente inéditos en la historia de nuestra música.
Se convierte en un éxito descomunal, y claro, aquí aparece el gran problema: no se puede ser diferente y triunfar, y mucho menos hacerlo en medio mundo cantando en castellano. Esa vieja afirmación que no nos permite avanzar: si gustas a tanta gente, algo estás haciendo mal. En cuarenta años hemos avanzado poco o nada en según qué aspectos.

Ojo: no hablo de gustos sino de reconocimiento. Existen numerosos argumentos para que a usted no le guste Raphael, discutamos si los conoce. Pero debe saber que sólo puede discutir con los mismos argumentos que convierten a Raphael en uno de los más grandes artistas de nuestra historia. Para lo obvio ya no tengo tiempo.

Al pan, pan. Pero ya sabemos que este país es de mojar primero pan y beber después cocacolalight para autocomplacerse. No entiende de argumentos sino de prejuicios y de cadenas, de vergüenzas, de quedirán y otras gilipolleces que sigue arrastrando y heredando cincuenta años después, la misma cifra que Raphael celebra ahora como parte esencial e indiscutible de nuestra música. Complejos y más complejos que nos impiden saborear lo bueno del arte conociendo lo malo.

Si Raphael ha hecho mucha mierda será que todo lo que hace es mierda, ahora y siempre. Y si ha hecho tanta mierda, no vamos a pensar que hiciese algo bueno a lo largo de su carrera. Y si hay mucho de lo bueno y mucho de lo malo, pues no es un grande. Porque los grandes no hacen mierda, todos lo sabemos. Los grupos que adoramos y que llenan estadios sólo hacen delicias sin igual. Que no, que no me interesa, que ese Raphael es un gilipollas y no me interesa. Y una mierda que te comas. Y un placer que te pierdes.

En Mayo del año que se nos va si nadie lo remedia, Raphael, el Cantante, visitó el Nuevo Teatro de mi ciudad (de nombre tan infame como el hijo de puta que aprobó su contrucción) en una segunda gran gira con la que presentaba Cerca de ti, su último y gran disco hasta ese momento que incluía muchas canciones escritas por Bunbury. Y allí que fui junto a mi madre a ver qué hacía este hombre que cumplía 65 años y 70 conciertos de una gira que había empezado casi un año antes.
Ya me dirán si este tipo sigue cantando porque quiere ganar más dinero. Ya me dirán ustedes la necesidad, es que hay que joderse. Dos horas y cuarenta minutos sin titubear. Cosa fina. Y a mi, moderno de mierda, se me puso la carne de gallina cuando el de Linares entonó ‘Te estoy queriendo tanto que’ y ‘La noche’. Ese concierto fue lo que fue. Quien lo probó lo sabe.

Hace unas semanas Raphael, el Cantante, ha publicado ’50 años después’: un disco en el que celebra su éxito y su longevidad junto a un amplio abanico de artistas mayores y menores que reflejan perfectamente todo lo que abarca este Cantante: desde Serrat hasta Sabina pasando por Ríos, Bunbury, Víctor y Ana, desde Alaska hasta Perales pasando por Anka, Adamo o Sanz.

Si alguno de ustedes decide pasar una tarde libre escuchando a este Cantante puede estar tranquilo: sólo un grande con semejante trayectoria es capaz de hablar de futuro, afirmar que todavía está empezando y además, dejarse regalar un coche de juguete en un programa de TV con una sonrisa llena de verdad. Porque sólo alguien con los pies en la tierra sabe cuándo vuelve a nacer.
Si no saben de qué les hablo, investiguen un poco. Y si no les interesa, no se preocupen, porque él, digan lo que digan, sigue siendo aquel.
(Dedicado a Helio Valero por saber escuchar y no dejarse convencer. Y a mi madre, claro, por regalarme a Raphael sin darse cuenta.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué variedad de temas abarcas cada semana y qué maravilla cada uno de ellos! Nunca ha sido Raphael santo de mi devoción, a pesar de conocerlo desde aquella actuación, hace más de cuarenta años, en la que cantó por primera vez "El Pequeño Tamborilero". Pero lo has descrito tan bien que hay que controlarse para no salir corriendo en busca de ese recopilatorio. Me quedo con ganas de leer más. Que pases unas Felices Fiestas. Te lo mereces.