sábado, 22 de noviembre de 2008

Salvados por Cuéntame

Hay veces que un tema permanece vivo a lo largo y ancho de toda una semana. En esta ocasión, el tema venía marcado desde el pasado domingo hasta esta misma noche. Hagamos memoria ya que esta viene a ser la protagonista de hoy, cuando debería serla de siempre.

El pasado domingo La Sexta, que es una cadena de televisión, emitió en su habitual franja horaria el programa SALVADOS, conducido por Jordi Évole –alias ‘follonero’- y el off de David Picó (ambos profesores míos, literalmente hablando). Se trata de un espacio muy bien trabajado a nivel de guión y realización, y eso se nota, claro está. Évole se encarga de coger al títere, reírse de él y con él, y ya de paso, dejarle sin cabeza.

Hay sitio para el sarcasmo pasado vuelta y vuelta, para la risa del cómplice, para lo pensado, lo espontáneo, la autocrítica y el descaro de un tipo que hace aquello que a todos nos gustaría hacer pero no nos atrevemos. Évole tiene esa habilidad y la cara de niño malo que, tras hacerte una putada, no tienes otra que reírte. Porque de eso se trata. En SALVADOS no sólo importa el qué, sino también el cómo. Y eso, en una noche televisiva tan pobre, descuidada y abandonada como la de un domingo, no es precisamente moco de pavo.

Como decía, en la edición del pasado domingo Évole se fue al Valle de Los Caídos con la excusa de la antesala del aniversario de la celebrada muerte de un tipo de cuyo nombre no tengo ganas de acordarme. Contó con la ayuda del Responsable de tan escalofriante templo, un tipo tan fascista como simpático, con un sentido del humor y un respeto al trabajo de los demás realmente admirable y envidiable, y sin el cual este SALVADOS no habría sido más que otro programa de cámara oculta pero sin cámara oculta.

Entre todas las joyas que nos regaló el dueto formado por Évole y este tipo de cuyo nombre sí quisiera acordarme pero ahora no me viene, destaco sin ninguna duda el momento en que El Follonero lanza un ramo de flores con los colores republicanos sobre la tumba del dictador. Hay muchísimos momentos más, pero rescato este que resume la idea esencial: si después de treinta y tres años la sociedad no ha aprendido a reírse con la inteligencia necesaria del mayor asesino de su historia, poco hemos avanzado entonces.

Por suerte, y a pesar de las amenazas de algunos nostálgicos de un régimen que ni siquiera vivieron, algo sí que hemos avanzado en este país. Y de ahí, el breve pero mejor que resuelto speech de Évole ante una tumba que, más de treinta años después, sigue oliendo a podrido:

‘Paco, te voy a contar cómo está España. ¿Sabes quién manda? El nieto de un republicano. Y a los invertidos les llaman gays y se pueden casar, ¡y el Real Madrid lo han eliminado de tu Copa, bueno, la tuya no, la del Rey. Lo ha eliminado un equipo vasco.’

Amén.

Para hacer un programa como SALVADOS, es necesaria una serie como CUÉNTAME CÓMO PASÓ. Porque no podemos reirnos del presente si no conocemos el pasado. Y me van a permitir que diga algo que pienso con la boca bien grande: esta serie es la mejor que se ha hecho en la historia de nuestra televisión, pública, privada, y la madre que nos parió.
Cuando esta serie comenzaba su andadura en TVE allá por septiembre de 2001 todos mis amigos y conocidos, la mayoría de ideologías más o menos progresistas, echaban pestes por la boca de esta producción. Cierto es que la mayoría jamás había visto un minuto de ella, pero todos usaban ese argumento que se había expandido al nacer en el seno de una televisión pública entonces comandada por el Partido Popular: la serie, decían, era brutalmente concesiva con la Dictadura.

Probablemente aquellos que utilizaban ese argumento olvidan que una familia media-baja como los Alcántara de los sesenta vivía bajo esa opresión e ignorancia que a todos adormecía y acongojaba. Claro, que no sirve de mucho explicar esto a quienes no se fijaron en las tramas de los hijos (ni en ninguna otra, obviamente), aquellos que enseñaron a sus padres a pensar políticamente a cambio del calor familiar, unas veces a favor y otras en contra. Algunos ni siquiera se pararon a pensar de qué pie podía cogear una serie que contaba con actores pronunciados políticamente como Imanol Arias, Fernando Fernán-Gómez, Enrique San Francisco y Tony Leblanc.

Si CUÉNTAME CÓMO PASÓ habla de algo, no es de la Transición Política en España que sirve como marco histórico, sino de la Transición del propio individuo consigo y su entorno. Una Transición escrita con mayúsculas porque viene marcada por el aprendizaje de los errores y aciertos propios, así como de las Transiciones que vive la gente que te rodea desde que la conoces un día hasta la trigesimoquinta cita en que vuelves a redescubrirla. Sólo quien haya visto un mínimo de dos o tres temporadas de esta serie, sabrá la transformación que han sufrido y siguen sufriendo todos y cada uno de los personajes, tanto principales como secundarios. Aunque hablar en CUÉNTAME CÓMO PASÓ de secundarios, casi ofende. La misma serie es en sí una transición televisiva: de una realización casi primitiva a una realización que más de una y dos películas tendrían que envidiar (mucha culpa de ello tiene el actual director, Antonio Cuadri, ex de la mejor época de LO+PLUS).

¿Secretos? Ninguno: mucho, muchísimo trabajo. Unos quiones redondos (cada final de temporada debería ser estudiado en las Escuelas de Cine y TV de este país tan injustificadamente crítico con lo suyo, sobre todo cuando el producto funciona en el mercado), una realización extremadamente cuidada y mimada, un elenco de actores principales y secundarios de primerísima división y un servicio de documentación traducido a escena jamás visto antes en TV.

Sólo un apunte más: por veinticinco pesetas, nombres de series o programas españoles que duren siete años en antena sin cambiar de día ni de hora. OT no pudo con ella. Gran Hermano tampoco. Es un pan bendito que tenemos que cuidar en nuestra maltratada TV. Por el momento, sólo puedo aplaudir ante dos hechos indiscutibles: primero, que la serie, después de siete años y diez temporadas, sigue estando a la altura, y segundo, que va a más. Prueba de ello es que ha sido renovada por tres años más en TVE. Miguel Ángel Bernardeau, productor ejecutivo, lo tiene claro: la serie terminará en el momento merecido, las primeras elecciones democrácticas.

De nuevo, amén.

Resulta que la TV y la vida viven por caminos paralelos que raramente se cruzan en el momento oportuno. Da pena ver cómo, entre un Domingo con SALVADOS y un Jueves con CUÉNTAME CÓMO PASÓ, un Juez que va de valiente se echa atrás en el momento que todos esperábamos que demostrara esa fuerza y convicción moral que tanto predica / presume en sus libros y conferencias infumables. Meses y meses hablando de honrar a las víctimas, de conocer la verdad.. y a la hora de la verdad, por la boca muere el pez.

Claro que de Poderes no está el país para presumir. Del Administrativo, no voy a pronunciarme, vaya que pierda el turno en la cola. Del Judicial ya hemos visto la última perla, y prometo que hay muchas otras archivadas. Y del Ejecutivo.. Bueno, cinco años después de ganar las primeras elecciones, sigo viendo plazas, avenidas y calles con referentes tan democráticos como la División Azul o Muñoz Grandes. Se sigue permitiendo el uso de banderas antidemocráticas en manifestaciones de carácter político y deportivo. Aún permanecen intactos semblantes franquistas en muchas iglesias y, por supuesto, las fosas comunes siguen permaneciendo en el olvido, un hecho que no hace otra cosa sino agradar a aquellos que confunden el ejercicio de la memoria con el de remover la mierda.

No sorprende demasiado que el discurso sea repetido hasta la saciedad por los mismos que no quieren recordar, por si acaso alguien se acuerda de lo que pasó. Pero nada, habrá que seguir esperando. Quizá otra legislatura, porque cinco años no son nada. Pero cuidado, porque tres pueden ser demasiados, bien saben ustedes por qué lo digo.

Mientras el PSOE utiliza la Ley de la Memoria Histórica como golosina en el escaparate, tendremos que conformarnos con reirnos del presente después de conocer un poco el pasado, eso sí, siempre a través de la ventanita de la televisión. Si los políticos no usan su tiempo para trabajar, imagino que lo invertirán en su entretenimento, aunque algo me dice que sólo miran la tele cuando salen ellos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi más profunda enhorabuena por este magnífico artículo, que ya quisieran poder escribir muchos de los periodistas que actualmente cobran salario de un periódico. Os vais superando día a día. Seguid por ese camino. Algún día recogeréis sus frutos. (¿Ha quedado muy cursi?)