En nuestros días no hay nada que llene más hojas de periódicos ni minutos de informativos que las declaraciones desafortunadas, los patinazos y las paridas. La mayoría de ellas, sacadas de contexto, claro. Pero esto importa poco, lo que mola es reírnos de la cantidad de soplapolleces que pueden llegar a salir de las bocas de las celebridades.
No es lo mismo que la frase sea dicha por un político que por un cantante. El primero está siempre expuesto al linchamiento popular ya que se le presupone una enorme capacidad y cierto talento innato para decir cosas que nos hagan sentir vergüenza ajena. Si la dice una estrella cualquiera, sirve para recordarnos que es un tipo como nosotros, que también sabe cagarla cuando habla, e incluso puede llegar a humanizarle aún más y salir beneficiado de la estupidez que ha soltado. Según la celebridad, nos cebaremos más o menos a través de una carcajada destructora o una sonrisa de complicidad.
Por ejemplo, los jugadores vascos que suelen ser convocados una vez al año para un partido de fútbol entre Euskadi y otro país invitado. El año pasado la selección cambió su nombre incomprensiblemente a Euskal Herría, un estado inexistente políticamente. Este Año la Federación Vasca se echa atrás y vuelve a la denominación de Euskadi. Los jugadores han escrito un comunicado oficial en el que se niegan a jugar si su Federación no devuelve a la Selección la denominación de Euskal Herria.
Me surgen tantas preguntas como patadas en el estómago. Comprendo que haya laportas, calderones, cerezos y florentinos empeñados en mezclar fútbol y política, básicamente porque los clubs son empresas que como tales, necesitan de los favores políticos. El fútbol es el representante número uno de la globalización del Siglo XXI. Si queremos que en un Madrid o en un Barça estén los mejores del mundo, tenemos que aceptar que todo eso tiene un precio (una auténtica aberración para el sentido común, pero no para el capitalista).
Y tantos ceros sólo son alcanzables para unos pocos indeseables que hacen realidad nuestros deseos. Se juega sucio en los despachos para que se pueda jugar bien en el campo. A veces se consigue, a veces no. El fútbol moderno es el espejo donde se mira la vida moderna: allá donde el fin justifica los medios. Incluso el pequeño, el que no puede jugar sucio en los despachos, sí lo hace en el campo hasta conseguir el fin de la victoria.
Aún así me niego a aceptar que sean los jugadores los que lleven la política al terreno de juego. Abajo se juega con un balón. El discurso se da tocando la bola, no leyendo manifiestos. Está de puta madre que cualquier país o nación del Estado decida jugar partidos amistosos. Es una gozada que jugadores de Galicia, Catalunya, Andalucía, Euskadi o Cantabria decidan juntarse de vez en cuando con los suyos para echar un partidillo. Todos hemos jugado alguna vez entre barrios dentro de una misma ciudad, sin otra excusa que la de pasar un buen rato y, de paso, demostrar a los demás que jugamos en un barrio con su estilo propio, ni mejor ni peor que el otro.
Otra cosa bien distinta es que unos señores con pantalones cortos manipulen el deporte y quieran enviar mensajes políticos a través de él. No, señores, por ahí no pasamos. Euskal Herría puede ser una realidad cultural, sentimental, e incluso de identidad, pero no es una realidad política. Lo interesante sería entender de una vez por todas esa necesidad de algunos por ser reconocidos bajo naciones, países, himnos, banderas y escudos. Discúlpenme, pero a mi me gusta el himno del Barça cantado por Serrat tanto como el de España abrazado a los colegas antes de un partido de la roja. Y cuando digo lo mismo, me refiero a que me trae sin cuidado. Son estupideces ambas, jugar a eso o no, depende del sentido del humor y otras cosas.
Está claro que algunos jugadores saben moverse por el campo pero no se desenvuelven igual delante de un micrófono. Sólo así se explica que Cáceres, que juega como defensa en el Barça cuando Pep lo permite, se alegre de la lesión de un gran futbolista como es Van Nistelrooy, quien permanecerá entre seis y nueve meses de baja por distintas operaciones.
Yo quiero que el Madrid esté siempre jodido, pero en Primera División (me niego a decir Liga Bebeuveá) y con todas sus estrellas sobre el campo. Quiero que el Madrid pierda siempre, pero con Casillas, Ramos y Van Nistelrooy dándolo todo o casi todo. No entiendo el fútbol como desgracia física para nadie, ni siquiera para el rival. Por favor, que alguien le de una colleja a este tipo, se la ha ganado a pulso. Señor Cáceres, si quiere llamar la atención, hágalo con clase. El otro día, en el Camp Nou disfruté viendo a este chico en el centro de la defensa junto a Carles Puyol. Un buen defensa tiene que saber cuándo y, sobre todo, cómo atacar. Le daremos otra oportunidad, no obstante.
He leído que la Jolie quiere dejar el cine. Hace tiempo que el cine la abandonó a ella, si es que alguna vez la acogió entre sus brazos. Lo importante es que lo deje a tiempo, antes de hacer una peli mala.
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