lunes, 2 de marzo de 2009

Hasta luego, Pepe

Galicia caníbal. El viernes una pareja amiga mía cenó en un restaurante galego. Lo pasó bien, comió mejor y bebió cosa fina. Esa misma noche, en otro restaurante galego situado a solamente dos cuadras de mi casa, encontraban asesinada a una mujer. Digo yo que habrá mejores formas de hacer un sinpa.

Ayer sábado el país galego vivió la jornada de reflexión antes de sus comicios. Feijoó, Touriño, Quintana. El mismo perro con distinto collar, o la misma mierda con distinto nombre, ustedes eligen. Seguramente la mejor manera de reflexionar sea follando. Yo no practico porque estoy enamorado de una mujer que sí practica, pero con otro. Seguramente la segunda mejor manera de reflexionar sea comiendo, así que anoche me fui a cenar con mis amigos de clases de catalá. Gente de mi Chile querido, de Venezuela, de Méjico, de Argentina, de Colombia e incluso de Lleida. Aprovechando el tirón de lo galego, nos apuntamos al Costa Galega de Passeig de Gràcia. No hubo heridos a pesar de la excesiva cuenta.

Lo vasco no está tan de moda, y eso que hoy viven unas elecciones que son tan importantes como ilegítimas. En España las elecciones carecen de buena salud democrática: ustedes ya sabrán que los votos no valen igual para todas las siglas. En Euskadi no sólo hay siglas que valen más que otras: algunas ni siquiera tienen permiso para jugar a esto que denominamos democracia y que en realidad no es siquiera un simulador de esta. Euskadi tiene la oportunidad de acabar con casi treinta años de la ultraderecha más rancia y católica que allí desgobierna.

¿Lo bueno de la alternativa? La pureza que hay en la sabrosa y sugerente mezcla de un López Lehendakari. ¿Lo malo? El partido al que pertenece. El giro no es tan significativo como debiera: de la derecha nacionalista vasca a la derecha del márketing proespañolista. Entre ambas ramas se encuentra Patxi López y el discurso más inteligente y necesario para la Euskadi de hoy. Lástima que se le vaya toda la fuerza por la boca cuando practica esas necias e hipócritas tácticas disuasorias de esta nueva corriente humorística a la que se han abrazado nuestros políticos de hoy. La política es al humor lo que Drenthe al fútbol: cuando se juntan, algo chirría.

Pero les voy a decir algo. Realmente me importa muy poco lo que pase en Galicia o en Euskadi. Me interesa, sí, pero me importa muy poco. Mejor dicho, me importa una mierda. El día se levantó gris y en pocas horas se puso negro. Este país se ha quedado un poquito más huérfano de lo que estaba. La política va por un lado y decide todo excepto los sentimientos de la gente. Para esto ya trabaja la Cultura. Cuando un país pierde la vida de alguien que ha dedicado parte de su tiempo a hacer pensar al respetable, lo mejor que se puede hacer es mantener viva y activamente su memoria. Si no se consigue, la cojera va a mayores y la calidad humana de quienes habitan el país dejará mucho que desear.

Se puede hacer pensar de muchas formas al público. La más inteligente, a la vez que la más efectiva, es siempre a través del humor. El teatro, el escenario y el monólogo en nuestro país se llaman Pepe. El humor se apellida Rubianes. Si hay algo que esté acabando con la dignidad y la libertad del individuo en España, esto es el cáncer de lo políticamente correcto. No ha sido este cáncer sino otro el que nos ha robado a un tipo tan necesario como Pepe Rubianes. Su pérdida es una más, sí, pero también significa un enorme paso atrás para las corrientes de pensamiento que tan mal hemos tratado históricamente en nuestro país.

El sentido común necesita ejercitarse como cualquier otro músculo. El sistema político, establecido en lo políticamente correcto, ha conseguido ablandar la mente, el alma y el sentido crítico y constructivo de miles de españoles. Años atrás, Albert Plá grabó un disco de nanas para adultos. Rompió con todo lo que había hecho hasta entonces. Cuando una periodista le preguntó el por qué del cambio, Albert respondió que si la gente no quiere despertar, lo mejor será dormirla del todo. Mucha gente ahí fuera anda dormida. Las calles están llenas de zombis. El pueblo no necesita más corrección. Son los políticos quienes tienen que adoptar las posturas y las maneras del pueblo, no al contrario.
Lo políticamente correcto nos convierte en completos inútiles y en perfectas marionetas para el sistema. Gobierne quien nos gobierne no hay sitio para el conformismo, y en eso andábamos metidos Pepe y su público.

Recomiendo al personal que busque en Youtube algunos vídeos de este hombre. Especialmente sus monólogos, incluso sus entrevistas con Andreu Buenafuente. Quienes tengan amigos a los que admiran y quieren, que se miren estas entrevistas porque sus cómplices sonrisas atraviesan la pantalla hasta contagiarnos.

Naturalmente siempre habrá personas que no quieran pensar ni ver más allá de lo inmediato. Siempre habrá gente que se considere feliz e incluso superior sin la necesidad de escuchar a tipos como Rubianes. No lo siento por ellos, así como tampoco lo siento por los que odian, ni por los sectarios, ni por quienes se dejan manipular, ni por los que se quedan con la primera versión que les interesa, ni siquiera por los rígidos que sólo caminan en una dirección alejada del sentido del humor.

España necesita a toda esa gente que hace y dice lo posible por romper con los esquemas de la doble moral. El individuo más libre necesita a esos personajes que nos gritan a la cara -con todo el humor del mundo- esas cosas que necesitamos escuchar por incómodas que sean.
A Pepe, que le quiten lo bailao y lo reío. A nosotros nos queda su recuerdo y su obra, la misma que hace de España un país infinitamente mejor. Y sí, Pepe, los que no quieren pensar ni reír ni contigo ni sin ti, que se metan su España pobre y aburrida por el culo.

jueves, 26 de febrero de 2009

Tres días para cumplir...


Faltan pocos días para las elecciones en Galicia y en Euskadi... y nada parece que vaya a cambiar por estas bonitas zonas de España. Sigue haciendo frío, la peña sigue poniendo bombas, la gente sigue con acentos raros y hasta dicen que hay que sigue yendo a misa. Políticamente, el PSOE se mantiene como segunda fuerza política y tiene posibilidades de gobernar en ambas comunidades, aunque en realidad, lo tiene crudo. En Galicia el PP parece fortalecerse y puede que vuelva a gobernar, mientras que en Euskadi, al PNV no parece que nada le haga daño. El amigo Patxi, que se vio en algún momento como lenhendakari, vuelve a quedarse en la oposición... a la espera, ya puestos, de su inevitable y deseoso paso a la política nacional. Touriño, sin embargo, sí parece ser que podría quedarse en su sillón (que para eso se lo compró bien caro según las malas lenguas) si la participación se lo permite.

Han sido, éstas, dos campañas más bien un tanto insulsas. La poca salsa la ha puesto el Partido Popular y todo gracias al ya ex ministro de Justicia, Bermejo. Lo que hubieran disfrutado los chicos de El Guiñol con esta situación. Uno de sus últimos muñecos fue, precisamente, el ministro Bermejo, al que le habían adjudicado una personalidad extremadamente “guasona”. Me puedo imaginar perfectamente al guiñol de Rajoy detrás del de Bermejo, llevando éste último una escopeta (y seguramente Blanquita habría estado también por allí), mientras bromea sobre la cacería de Jaén sin licencia. Pero los guiñoles ya no están y nos tenemos que conformar con el diario de humor El Mundo. Y es que, encima, los muy tristes responsables de este periódico, se han puesto una medalla porque gracias a ellos, ha dimitido un ministro. Oigan, no, tristes, que sois unos tristes. El Ministro ha dimitido porque es lo que tiene que hacer un señor de semejante altura cuando su posición se ve comprometida. Además, ha sido una maniobra electoral muy bien avenida por parte de los socialistas. A una semana de las elecciones, zas, el PP se queda sin su baza electoral. Aunque claro, aún les queda el juez estrella de España, Garzón, para dirigir sus ataques y desviar la atención de lo verdaderamente importante, los temas de campaña. Aunque me parece a mí que mucho tendrían que hacer los populares para hundir a Garzón (si es que lo quisieran realmente), porque a este hombre no le puede nadie. Y es que contra un señor que va por el mundo impartiendo justicia, sacando los trapos sucios de medio planeta y dirigiendo causas contra dictadores y contra estados... el PP tiene poco que hacer. Pero bueno, que sigan lanzando dardos contra él, que todos les van a ser devueltos en forma de condenas de cárcel.

Y volviendo a las elecciones y a modo de conclusión, todo apunta, de momento, a que la situación en ambas comunidades se va a mantener como hasta ahora: Ibarretxe de lehendakari, y Touriño con el BNG y Cia en Galicia. Tan sólo hay un alto nivel de incertidumbre en Euskadi, y es por el voto abertzale, que tiene la posibilidad de inclinar el resultado. Esto será si este voto acaba en el PNV, en EA o en Aralar, o si se convierte en voto nulo o, como todo parece indicar, se convertirá en abstención. Y si queremos sacarle una incertidumbre a Galicia, pues podría ser la del voto de la quinta provincia, la que reside fuera de España... Y la tradición apunta que este voto suele dirigirse a quien gobierna en Madrid; así que, ahí podría estar la llave de la presidencia de Touriño...

Por cierto, yo también envidio a Bermejo. No sólo lo hace Solbes. Ay… quien fuera ex ministro en España…

domingo, 15 de febrero de 2009

Febrero '49 - Febrero '86

Que la vida sea pura ironía, ya no es noticia. Tampoco lo es que la vida sea jodidamente sarcástica. Que la mujer que amas duerma con otro hombre es una historia contada mil y una veces en libros, películas y series de entretenimiento y humor. Lo cierto es que, naturalmente, ninguna de esas representaciones se acerca lo más mínimo a un dolor de carácter tan marcadamente hiperrealista.

La cara de tonto que al imbécil de turno se le queda es apoteósica. Catedrales como las de Santiago de Compostela o Jaén quedan reducidas a la nada ante el monumental gesto de estupidez que queda plasmado en el rostro del sujeto vencido.

Pero hablemos de cosas importantes, y no de lo que uno siente.

Esta semana han cumplido años dos personas a las que me debo demasiado, tanto a escala emocional como intelectual.

La primera (y la más importante) se llama Natasa Kleanthous. Su delicioso nombre, a muchos de ustedes, no les dirá demasiado. A otros seguro que sí. Hace veintitrés años nacía esta princesa en una pequeña isla del Mediterráneo, concretamente en la misma que Afrodita. Es por eso que hoy se celebra el día de los enamorados, y no al revés. Quienes estamos enamorados de la vida, lo estamos gracias a personas como ella, así que tenemos un excelente motivo para sonreir. Esta morenaza de Farmakás continúa en pie de guerra, ahora desde Birmingham y con su corazón latiendo por alguna esquina de Caracas. Yo tuve la suerte de compartir un mismo techo con ella durante los cinco meses más cortos de mi vida. Los más cortos, y los más intensos. Y los más reales.

Si el mundo fuese minimamente justo todo el mundo debería tener el derecho de, al menos una vez en la vida, mirarla sonreír. Pero el mundo no es como debería, y no me pidan pruebas. Y si no me creen, prueben a abrir una ventana al mundo y asomar durante un ratito la nariz. Comprobarán que algo huele a podrido, y no sólo en la Casa Blanca, sino mucho más cerca.

Por suerte me basta con recordar una sola mirada de Natasa para sobrevivir a cualquiera de las más de cien mentiras que salen de ciertas bocas llenas de tantísima crueldad. Una crueldad tan injusta como intolerable, tan angustiosa como indeseable. Está claro que no todo el mundo puede decir aquello de esta boca es mía.

Otro tipo que además de poder presumir de boca, cumple años, es un tal Joaquín Ramón Martínez Sabina. Y no cumple veintitrés, sino algunos más. Cincuenta y diez, que diría él. O como cantaría su primo el Nano, fa vint anys que dic que fa vint anys que tinc vint anys. Este tipejo no nació en ninguna isla, sino en un pueblecito cerca del mío. Y estudió internado en el mismo colegio que mi padre y mi tío, aunque algunos cursos por encima de estos.

La vida no deja de regalarnos personajes hechos de carne y hueso. Y con buena mala leche, en el mejor de los casos. Descubrimos a estos personajes para que más tarde podamos descubrirnos a nosotros mismos. Con algunos de estos personajes tienes la suerte de cruzar millares de palabras hasta reconocerte tú mismo en sus ojos. Con otros personajes, necesitas mucho menos. O mucho más, según se mire.

Joaquín Sabina es mi tío. Natasa Kleanthous mi hermana. Y ninguno de ellos, les aseguro, tiene relación sanguínea con mi padre o mi madre. Ambos se presentaron un día en casa sin preguntarme.

El primero (pero no por ello el más importante) trajo un saco enorme de poesía cargada de sabiduría, de ironía, de sarcasmo, de buena mala hostia, de contradicción, de risa y de llanto. Le pedí que me hablara con toda libertad, incluso le permití que en ocasiones asumiera el rol del psicólogo. Diecisiete años después de nuestra primera cita en formato cassette, nos queremos como el primer día. Menuda mierda de expresión. No, no es lógica. Ni siquiera se ajusta a la realidad. En la práctica, nos queremos mucho más.

Puede que nos hayamos cruzado una docena de veces, siempre en sus recitales poéticos -musicados o no-. He de ser justo: casi nunca ha salido de mí la idea de quedar. La única vez que fui a su casa, él andaba por nuestros Buenos Aires querido. Pero él sabe bien que se lo perdono todo, incluso votar Zapatero con la nariz tapada. Andaba visitando a sus sobrinos y admiradores que le siguen al otro lado del charco. Si algo tiene mi tío Joaquín, es que le gusta cuidar a los suyos.

Últimamente sólo sé de su estado de ánimo lo que deja escrito en una carta que coloca semanal y sutilmente entre unos pezones photoshopeados y las palabras de un tipo sabio que responde al apellido de Millás. Sé también de mi tío por un amigo en común, un tal Panchito, que anda liado con nuevos textos para su siguiente obra. Tenéis que saberlo: la industria va a un ritmo, pero Joaquín va a su bola. Él hace lo que le gusta. Escribe, canta y vive sin más prisa que el de un tipo que quiere conocer más cosas. La inspiración llega cuando tienen que llegar, nunca antes. Pero a él le gusta que le pille trabajando. Las prisas sobre el papel, cosa de novatos.

Natasa llegó a mi vida hace menos tiempo, pero se ha hecho con un hueco mucho más grande que el que puede presumir mi tío Joaquín. En sólo tres años ha conseguido hacerse con un título en solitario: es la única mujer en la que creo. Porque habla no sólo con el corazón, también lo hace con la piel. Cuando mi vida y la de mi hermano Jose (que tampoco es hijo de mis padres) estaban llenas de la tristeza y el vacío que deja la marcha de alguien querido, apareció ella con sus casi veinte añitos y unas maletas gigantes, rebosantes de ropa e inocencia, para salvarnos la risa y devolvernos las ganas de tener ganas.

Esta hermanita chipriota llegó para quedarse. Y todavía no se ha ido. Sigue aquí, en la habitación de al lado. Me conoce mejor que mucha gente con la que he crecido, y le basta con escucharme decir hola para saber cómo estoy ese día. Y eso que no me escucha, sólo me lee. Eso sí es tiki-taka, Salinas.

Es una bendición poder ser tan capullo si con ello puedo conservar en el corazón a una mujer como Natasa, capaz de darle sentido a todo esto sin más arma que una carcajada. No hay dinero para pagar todo lo aprendido junto a una maestra de menor edad y mayor madurez que uno mismo. Del mismo modo, es un lujo poder calentarme el alma con la voz genuina de Joaquín, capaz de rimar y adjetivar aquellas emociones que yo siquiera alcanzo a descifrar. Es lluvia de Abril adoptar como tío a un banderillero lo suficientemente valiente para atreverse a traspasar el corazón desde la nuca sin más arma que la poesía, siempre tan cargada de futuro.

Y que cumplan muchos más, aunque sólo sea por el bien de mi salud.

martes, 3 de febrero de 2009

Los cuatro fantásticos


Estaba muy nervioso. Las manos me sudaban y mis cejas no dejaban de advertir movimiento en el pasillo. A la vez, agarraba entre mis dedos un pequeño papel arrugado. Un importante número cuatro manchaba de negro aquel frágil papelito de piel de recibo. El color de la pared era fiel reflejo de cómo se encontraba mi mente. No había dormido en toda la noche. Durante la semana anterior había escuchado consejos de todo tipo. Qué si ponte traje con corbata, que mejor sin corbata, que ni se te ocurra ponerte camisa azul.

Todo el mundo en casa se creía con derecho a opinar. Numerosos compañeros me avisaron de la complicada situación a la que me enfrentaba, pero yo no les hacía caso. No quería oír más palabrería barata. Estaba harto de seguir consejos. Quería ser yo. Yo mismo. Sin disfraces ni mentiras. Había llegado la hora de responder. De convencer a quienes jamás creyeron en mí. Yo, que siempre fui un joven afortunado. Yo, que supe adivinar el rumbo acertado para mi equipo. Yo, que gané una vez por tan sólo nueve votos de diferencia. Y hoy sin embargo, no me veían capaz.

Es cierto, en aquella sala se encontraban centenares de personas. Centenares de participantes dispuestos a hacerse valer. A conseguir destacar por encima de los demás. Pero no podrían conmigo. Había preparado con esmero mi discurso. Nada estaba improvisado. Tenía atada cada coma, cada pausa, cada punto. Hasta el más mínimo dato lo tuve en cuenta. No quería que mi trayectoria se fuera al garete por aquel encuentro. La gente permanecía callada mirándose la solapa. Yo miraba la mía ensimismado.

La verdad es que mi foto en la pantalla no acompañaba. No tenía otra y tuve que recortar la de aquel día en el desfile. Quizá ya nadie se acordaría de ese momento. En realidad, no tuvo tanta importancia. Fue culpa de mi propio zapato. Esa deformada horma me la jugó. Mis pies no aguantaron el dolor al paso del reconocible trozo de tela con estrellas.

Ahora estaba allí. Examinando con celo una hoja que buscaba ser el pasaporte de mi futuro. Mi carrera de abogado se antojaba en ese instante una escabrosa ironía. Quedaba poco. Por el escenario circulaban nombres muy conocidos. Nombres que quedarían subrayados con el porta minas del cine. Mientras, sobre el escenario se dibujaba una estela de enormes actores. Nadie dudaba en el apartado de sonido del talento de Magdalena. Tampoco de la educada melena de María Dolores en peluquería y maquillaje. Ni siquiera del buen papel que como actriz revelación había desempeñado Bibi. Mientras, numerosos ojos apuntaba hacia una silenciosa butaca vacía. En esta edición su nombre sólo aparecía en los premios a peor guión adaptado. Pedro no sabía producir ya ni cortos ni largometrajes.

Era mi turno. Caminé con paso erguido hasta llegar a las escaleras. Subí al escenario. Me agarré fuerte al atril y pronuncié aquel mágico número: cuatro. Los cuatro fantásticos habían ganado la estatuilla a la mejor película de ficción. El problema es que pronto la película llegaría a estar basada en una historia real: la de los cuatro millones de parados. No tuve tiempo para más y me despedí. Aunque debo confesarles algo, me dieron otro premio: el de mejor Director novel. Por cierto, me llamo Jose Luis. Mi apellido en la próxima entrega.

domingo, 1 de febrero de 2009

Hasta los Goya

Hay crisis, sí, pero no para todos. El programa Buenafuente ha decidido eliminar su sección Dineraco News, no sólo porque faltase empatía entre público y actores, sino porque cuesta reírnos de los menos ricos, es decir, resulta violento reírnos de nosotros mismos en una situación tan incómoda como esta.

Que España sufre una crisis económica es algo que ya sabe hasta Rodríguez Zapatero, ese ser tan contradictorio como el partido que gobierna: poco socialista, nada obrero y únicamente español cuando el viento sopla a favor. Hace algunos años muchos se tiraban de los pelos cuando escuchaban a Rajoy hablar de hilillos de plastilina ante lo evidente. Está claro que desde el trono del Gobierno las cosas no se ven con la suficiente nitidez. Los partidos se gastan la pasta del siglo en unos asesores de imagen del tres al cuarto, más preocupados de quitar corbatas que de cuidar discursos.

La gente es tonta, sí, pero no ciega. Que el personal no vea la mierda donde se bañan las altas esferas no significa que no la huela. Que el pueblo elija desconocer lo indigno de la clase política le mantiene muy por encima de la calidad humana que presumen esos auténticos hijos de la gran puta. Vivimos como ellos quieren que vivamos para que ellos puedan vivir como merecen: sumergidos en el fango y la peste que emite el dinero mal invertido.

Aquellos tontos que no tragamos con los hilillos de plastilina de Rajoy somos los mismos que tampoco hemos tragado con aquella desaceleración económica de Zapatero y Solbes.
El Presidente de Gobierno y toda su troupe se pueden ir a tomar por el culo, hablando con el mayor de mis respetos, oiga. Acudir a un programa a contestar las inquietudes de los ciudadanos a los que se debe no es un lujo, sino una obligación. Lo que acontece detrás de la pantalla suele ser ficción, pero siempre muestra el alma de quien la interpreta. Y si Zapatero quería optar a los Goya, resultaría conveniente tratar con la Academia del Cine la posibilidad de crear la categoría al Peor Guión Adaptado. Porque de sus promesas electorales al presente hay un trecho y un estrecho de Gibraltar que viene agitado.

Tiremos de panfleto psoecialista: pleno empleo, mejoras laborales para los jóvenes, ayudas a la cultura, claridad y transparencia.
Y un cuerno, Presidente de pacotilla. Si este país fuera moderno tendría cuatrocientos partidos presionándole detrás día sí, día también hasta conseguir que dimitiera. Pero no, qué mejor que una oposición llena de pijos cortijeros, espías de la TIA y lameculos con garantía de hasta cuatro años, todo bien preparadito para hacer el pasillo a unos dirigentes ataviados con chaqueta de pana para disimular -eso sí, elegantemente- un bolsillo derecho lleno hasta arriba de billetes y un corazón vacío que, además de abandonar la zona izquierda, mandó a hacer puñetas cualquier atisbo de sentido común.
Mardito país quintomundista de cantantes afónicos y artistas autoproclamados progresistas que votan a Zapatero como gesto máximo de su modernidad. Mardito país de analfabetos universitarios que se encierran para protestar con mp3 y móvil sin haber leído una sóla coma de un plan tan infame como clasista. Mardito país de niños de papá portadores de muñequeras rojigüaldas y que vomitan contra otros niños de papá que ondean trapos y queman otros para proclamar noséquecosa de nosécual independencia de noséquien. Mardito Gobierno que protesta contra las guerras que patrocina y se tapa ojos y nariz ante masacres como la de Gaza. Mardito sistema que aplasta a los que no lo juegan.

Los premios son tan injustos que necesitamos pasarlos por TV. Años y años imitando a los americanos con sus largas galas, su alfombra roja y la polla del glamour. No hay un duro para contar buenas historias, pero sí para que la actriz de turno lleve un traje al precio de sueldo de un iluminador para lucir tipito en una noche que nadie, absolutamente nadie recordará una semana después. Quizá este año la Machi y los Muchachada Nui amenicen algo tan insoportable como son los Goya. Ojalá Penélope y Vigalondo reciban el reconocimiento que merecen. Pero no nos engañemos, amigos: seguimos empeñados en españolizar algo americano en lugar de trabajar y ahondar en nuestras historias. Resulta nefasto montarnos una gala para premiar algo tan vacío de personalidad como es nuestro cine actual, tan lejano al de hace seis o siete años y tan necesario como siempre.

Para qué queremos a los Muchachada si alguna de las estatuillas puede ir a parar a las manos de Agustín Díaz Yanes y su última película, Sólo quiero caminar, quizá uno de los mayores bodrios de nuestra historia cinematográfica. Para qué queremos una gala si seguimos tirando el dinero en historias como esta y obstaculizando el paso a una gente joven que viene cargada de talento. Y sobre todo, por qué tratamos de imitar a un país que considera un gran paso para la humanidad y la salvación de todo un planeta el simple hecho de elegir como Presidente del Mundo a un negro.
¿De qué mierda estamos hablando? ¿Qué coño importa tener un presidente negro si su hermanastro keniata (también negro, no lo olviden) es detenido en su país por consumir marihuana? Qué bonito y qué progresista es votar a un negro vestido con trajes de primera. Y qué violento resulta leer o escuchar todavía el término negro, eso sí que es avanzar.

A la política y el cine le sobran las medallas y los flashes de las fotos. Todo vale con tal de mirar hacia otra parte. Claro está que no todas las fotos son para las sonrisas de los miserables. Podemos respirar tranquilos mientras los objetivos de las cámaras apunten hacia tipos tan brillantes como Rafa Nadal, los hermanos Gasol o Jess Franco, quien recogerá esta noche el Goya Honorífico. Aquí tienen otro de los motivos por el que, no obstante, merece la pena ver la gala. Y porque, a pesar de todo, seguimos creyendo en el Cine más que en la política.

miércoles, 28 de enero de 2009

No puedo ir a Marte, pero tengo mi Blackberry Storm


Hace unos días encontré en un recorte de prensa, una columna de un señor que hablaba sobre lo que se pensaba que sería el presente, visto desde el pasado, y lo que ha sido. Rascacielos imposibles, coches voladores, autopistas en lugar de calles, trajes de papel de aluminio, viajes a la Luna,… El hombre, según se manifestaba en su artículo, se sentía estafado. De profesión arquitecto, de niño soñaba con ser un millonario diseñador de estaciones espaciales rotatorias al más puro estilo “2001, una odisea del espacio”. Pero el 2001 pasó y, ocho años después, la simple idea de lanzar algo al espacio sigue siendo una cuestión tan extraordinariamente complicada como lo era, o más, hace cuarenta años. No tenemos coches que leviten, ni comemos pastillas de colores con sabor a las especies animales que suponíamos extinguidas, como las gallinas o el cerdo, y tampoco practicamos el sexo con una bola pasándola entre nuestras manos, como vivos en la imprescindible cinta de Woody Allen. El futuro que soñaba este arquitecto cuando leía aquellas predicciones que gustaban hacer las revistas de antaño, no se ha alcanzado. A vista de un ciudadano de los años sesenta… este futuro es algo más que una decepción, es un churro mojao.


Yo recuerdo que cuando cambiamos de siglo hace poco (les recuerdo que el cambio fue del 2000 al 2001), escribí dos pequeños textos, uno la tarde de Nochevieja y otro en Año Nuevo. Allí analicé, con mi limitada capacidad de narrativa (lucía unos tiernos 15 años) lo que este hombre planteaba en su columna de un periódico de tirada nacional. Atravesamos el 2000, que era la cifra del futuro y ni se tardaban 15 minutos en llegar de Londres a Nueva York (tardaba yo más entonces en llegar al instituo, y estaba en el mismo pueblo) ni había bases en Marte, ni tampoco teníamos un bonito hotel Hilton en órbita desde donde relajarse viendo la curvatura de la Tierra, y ni siquiera había robots que te atendieran amablemente en los bares. Alguien nos había estafado.

Puede que la culpa de todo la tenga el cine. Blade Runner nos enseñó una Tierra oscura, contaminada, cosmopolita, evolucionada,… pero ni las grandes lenguas se han unido, ni llueve todo el tiempo, y mucho menos existen replicantes. 2001 ha sido la que más nos ha timado. ¿Que en el 2001 íbamos a poder ir al espacio? Ahora cualquiera que sepa algo de la situación espacial actual, se puede revolcar por el suelo de la risa al plantearle una misión tripulada a Júpiter, como vemos en la película. Aquellas bellas imágenes de las naves pululando por la órbita terrestre a ritmo de “El Danubio Azul” nos engañaron descaradamente. El futuro, querido ingeniero, no ha llegado.

¿O sí?

Ayer llegué a Madrid sentado junto a un chico asiático (lo siento, no pude determinar si era coreano o de otro país de la zona) que llevaba un teléfono de última generación de pantalla táctil, por el cual primero vio una película y después se puso a jugar a un videojuego con unos gráficos sencillamente espectaculares. Yo no me quedaba corto, vi la precuela de la séptima temporada de la serie 24 en mi MacBook Pro e hice algunas llamadas a Miami desde mi Blackberry. Después, cuando llegué a la ciudad, me metí bajo tierra y en el metro llegué en unos minutos a mi casa, que permanecía calentita gracias al gas natural que es traído de dios sabe donde por gaseoductos intercontinentales. Hablé antes de acostarme por videoconferencia con unos amigos, que estaban a cientos de kilómetros y comentamos la situación de Gaza, algo que se encuentra a miles de kilómetros. Y hace un instante he visto el anuncio de un coche que reconoce las señales de tráfico, las líneas blancas de la calzada, qué tipo de suelo por el que circula, y hasta se adelanta a situaciones de peligro y toma el control de la conducción… Y es que aunque tal vez no tenga un billete para el siguiente vuelo a la base Clavius de la Luna, o una robot sexy que me provea de placer sexual desinteresadamente cuando yo se lo ordene, sí creo que hemos alcanzado en cierto modo el futuro que ese arquitecto creía que se no había escapado.

De hecho, desde hace una semana, vivimos en un futuro más futuro que nunca. El proclamado hombre más poderoso del mundo es un negro. El problema es que aunque nos parece increíble y estamos sorprendidos, no nos ha cogido sin estar preparados. Llevamos viendo en el cine, y en la ficción en general, a presidentes de los Estados Unidos negros muchos años. La serie 24, que ya he nombrado antes, muestra a dos presidentes negros en su historia, o en la película Deep Impact, donde tenemos a Morgan Freeman como carismático presidente que se tiene que enfrentar al final de la especie humana. Por eso, no nos sorprende tanto el que Obama sea el hombre más poderoso del planeta, es algo que ya hemos visto.

De igual modo, ocurre que impresionados por los efectos especiales y por las ocurrencias de las películas y novelas de ciencia ficción, no nos damos cuenta de que hemos alcanzado el futuro. Vivimos en un mundo altamente globalizado, cualquiera puede estar conectado con quien quiera. Con un compañero de este blog, un día, estando él en Chile, le dije que si no se había dado cuenta de que estábamos hablando con un océano inmenso de por medio. Él se rió. Y es que en ocasiones nos impresionamos de lo que hemos logrado, pero no es lo habitual. Damos por normales tantas cosas, como los móviles, internet, el Tuenti, youtube, el Blue-ray, los pendrives, los puentes aéreos, lo asimilamos tan pronto que pasa a nuestra realidad cotidiana y perdemos la capacidad de impresionarnos.

Hoy en día se suceden sin repercusión mediática increíbles avances médicos, o científicos, o incluso sociales. Nos hemos subido a un tren del que esperamos todo aunque no sepamos qué es ese todo. Vamos al médico esperando que nos cure lo que tenemos, sea lo que sea, y si la respuesta no es la que nos gustaría, es cuando nos sorprendemos: ¿es que no tiene cura?, ¿no hay otro tratamiento? Nos enfadamos cuando falla internet y se nos cae la conexión. Maldecimos a la compañía de turno… y hasta parece que se nos para el mundo. Sin internet estamos peor que sin agua caliente. Es cierto, ¿o no? Y si no hay cobertura en un monte perdido de la mano de dios, más de lo mismo, nos sentimos desprotegidos, indefensos, perdidos: “¿Y si me caigo y me parto una pierna y una costilla aquí, quién va a llamar a una ambulancia?”, o “¿y si me llama Maripuri y estoy aquí sin cobertura?, lo mismo se piensa que no se lo quiero coger”,… Estamos atrapados en el futuro y no nos hemos dado cuenta.

No nos han estafado, simplemente nos lo han vendido tan bien que ni nos hemos percatado que lo hemos comprado todo: el iPhone, la TDT, el mp4 (esto ya no se usa, el móvil tiene mp3, mp4, mp5,…), el Parrot del coche, la microSD de 16 gigas para la cámara, el ratón inalámbrico para navegar estando tumbados en la cama, la lavadora silenciosa que incluso hasta absorbe el ruido de la casa, el aire acondicionado camuflado en un cuadro de Monet que nos envuelve con el aroma de sus girasoles, el sistema vía satélite de vigilancia del jardín que nos avisa si los niños se salen sin nuestro permiso a jugar fuera, el BookAir para cuando estamos una reunión y queremos vacilar de portátil ultrafino, el coche que mueve sus faros de xenón solos para no deslumbrar al que viene de frente, la tarjeta de la Seguridad Social de Andalucía, las compras por eBay o en La Casa del Libro,…

Viendo como estamos, yo no tengo prisas por que llegue el futuro de Gattaca ni el de Dark City, aunque no me importaría darme un viaje por la baja órbita de la Tierra… ¡Anda, si eso ya es posible! Virgin Galactic, empresa de Richard Branson, comercializará en breve el turismo espacial, junto a otros empresarios de igual calaña. Así que… ¡Vaya, qué corte, estamos en el futuro y nosotros en Babia cazando!



sábado, 24 de enero de 2009

Noche de viento, día de mierda


La noche de ayer anunciaba lo malo de la mañana de hoy. Fui al cine para ver la nueva de Sam Mendes, Revolutionary Road. Otra historia que podía estar bien (cuenta con una sublime Kate Winslet , pero también con ese petardo infame llamado Leonardo DiCaprio) y que se desvanece a medida que avanza hasta alcanzar el típico final insostenible. Otra historia del Hollywood inmerso en la peor crisis narrativa de su historia

Al salir del cine, el viento como protagonista. Y de momento lo sigue siendo.

Cuatro de la madrugada. Las puertas del balcón de mi habitación se abren de par en par. Me levanto y cierro. Cuatro y veinticinco de la madrugada. Las puertas del balcón de mi habitación vuelven a abrirse de par en par. Me levanto jodido y cierro. Cinco y diez de la madrugada. Las puertas del balcón de mi habitación se abren una vez más de par en par. Me levanto refunfuñando y cierro. Seis menos veinte de la madrugada. Las puertas del balcón de mi habitación se abren, oh, qué sorpresa, de par en par. Me levanto, maldigo a Dios (probablemente no existe, pero esta noche está dando un por culo que no veas) y cierro. Seis y cinco de la mañana. Las puertas del balcón de mi habitación se abren misteriosamente de par en par. Me levanto, pongo el grito en el cielo mientras mi vena de la indignación está a punto de ceder y reventar. Y naturalmente, cierro. Siete de la mañana, las puertas del balcón de mi habitación se abren y me despierto para siempre.

No hay nada que hacer. Me ducho, me visto y me dirijo al Metro por Sardenya. Bajo la Sagrada Famìlia, la odisea. El viento sopla tan fuerte que inmoviliza a un tipo que carga con poco más de cien kilos en sus nutridas carnes y una cartera que viaja tres metros por detrás. Las grúas que construyen (a su ritmo) la catedral de Gaudí se mueven de forma un tanto violenta y provocan en mí, al mirarlas desde abajo, algo parecido al vértigo pero con los pies en la tierra. El zoom de mi ojo actúa a toda velocidad y el foco se disloca. Cuando por fin consigo entrar en la boca del Metro, me siento tan cansado que mi culo se desploma sobre las escaleras. Mis piernas exhaustas y la cabeza a punto de explotar. Llego a clase y tardo en recuperarme.

Cuatro horas después, al volver a casa, dos árboles han caído en Mallorca con Marina, aunque parece no haber destrozos. Nada que ver con la grada de la pista que ha matado a cuatro niños en la otra punta de la ciudad. Mi cabeza no reacciona como suele hacerlo y el cansancio provocado por las distintas facetas diabólicas del viento me hace tocar fondo. Los fantasmas asoman al presente pero ellos no saben que tengo una receta contra ellos: las palabras de Millás en su doblemente premiada El Mundo, que me sirven de cimientos para construir allá donde yacen solares inhóspitos.

Que un niñato andaluz medio mantenido en Catalunya hable de desesperación y angustia se puede considerar poco menos que insultante al contemplar lo que acontece en Gaza desde semanas atrás y cuando este carece de la legítima rabia que sienten los realmente afectados por las catástrofes que provocan el clima y las guerras. Ojalá el viento barriese toda la barbarie que azota tantas partes de un mundo cuya realidad no conocemos ni la milésima parte.

Mientras tanto, tendré que conformarme con que el viento se lleve algunos de mis recuerdos más amargos e inmediatos como, por ejemplo, Revolutionary Road, con el permiso de Kate Winslet, una de las mejores y más bellas actrices del cine presente. Y si el viento quiere llevarse algo más, que me avise y se lo dejo en la puerta.