domingo, 1 de febrero de 2009

Hasta los Goya

Hay crisis, sí, pero no para todos. El programa Buenafuente ha decidido eliminar su sección Dineraco News, no sólo porque faltase empatía entre público y actores, sino porque cuesta reírnos de los menos ricos, es decir, resulta violento reírnos de nosotros mismos en una situación tan incómoda como esta.

Que España sufre una crisis económica es algo que ya sabe hasta Rodríguez Zapatero, ese ser tan contradictorio como el partido que gobierna: poco socialista, nada obrero y únicamente español cuando el viento sopla a favor. Hace algunos años muchos se tiraban de los pelos cuando escuchaban a Rajoy hablar de hilillos de plastilina ante lo evidente. Está claro que desde el trono del Gobierno las cosas no se ven con la suficiente nitidez. Los partidos se gastan la pasta del siglo en unos asesores de imagen del tres al cuarto, más preocupados de quitar corbatas que de cuidar discursos.

La gente es tonta, sí, pero no ciega. Que el personal no vea la mierda donde se bañan las altas esferas no significa que no la huela. Que el pueblo elija desconocer lo indigno de la clase política le mantiene muy por encima de la calidad humana que presumen esos auténticos hijos de la gran puta. Vivimos como ellos quieren que vivamos para que ellos puedan vivir como merecen: sumergidos en el fango y la peste que emite el dinero mal invertido.

Aquellos tontos que no tragamos con los hilillos de plastilina de Rajoy somos los mismos que tampoco hemos tragado con aquella desaceleración económica de Zapatero y Solbes.
El Presidente de Gobierno y toda su troupe se pueden ir a tomar por el culo, hablando con el mayor de mis respetos, oiga. Acudir a un programa a contestar las inquietudes de los ciudadanos a los que se debe no es un lujo, sino una obligación. Lo que acontece detrás de la pantalla suele ser ficción, pero siempre muestra el alma de quien la interpreta. Y si Zapatero quería optar a los Goya, resultaría conveniente tratar con la Academia del Cine la posibilidad de crear la categoría al Peor Guión Adaptado. Porque de sus promesas electorales al presente hay un trecho y un estrecho de Gibraltar que viene agitado.

Tiremos de panfleto psoecialista: pleno empleo, mejoras laborales para los jóvenes, ayudas a la cultura, claridad y transparencia.
Y un cuerno, Presidente de pacotilla. Si este país fuera moderno tendría cuatrocientos partidos presionándole detrás día sí, día también hasta conseguir que dimitiera. Pero no, qué mejor que una oposición llena de pijos cortijeros, espías de la TIA y lameculos con garantía de hasta cuatro años, todo bien preparadito para hacer el pasillo a unos dirigentes ataviados con chaqueta de pana para disimular -eso sí, elegantemente- un bolsillo derecho lleno hasta arriba de billetes y un corazón vacío que, además de abandonar la zona izquierda, mandó a hacer puñetas cualquier atisbo de sentido común.
Mardito país quintomundista de cantantes afónicos y artistas autoproclamados progresistas que votan a Zapatero como gesto máximo de su modernidad. Mardito país de analfabetos universitarios que se encierran para protestar con mp3 y móvil sin haber leído una sóla coma de un plan tan infame como clasista. Mardito país de niños de papá portadores de muñequeras rojigüaldas y que vomitan contra otros niños de papá que ondean trapos y queman otros para proclamar noséquecosa de nosécual independencia de noséquien. Mardito Gobierno que protesta contra las guerras que patrocina y se tapa ojos y nariz ante masacres como la de Gaza. Mardito sistema que aplasta a los que no lo juegan.

Los premios son tan injustos que necesitamos pasarlos por TV. Años y años imitando a los americanos con sus largas galas, su alfombra roja y la polla del glamour. No hay un duro para contar buenas historias, pero sí para que la actriz de turno lleve un traje al precio de sueldo de un iluminador para lucir tipito en una noche que nadie, absolutamente nadie recordará una semana después. Quizá este año la Machi y los Muchachada Nui amenicen algo tan insoportable como son los Goya. Ojalá Penélope y Vigalondo reciban el reconocimiento que merecen. Pero no nos engañemos, amigos: seguimos empeñados en españolizar algo americano en lugar de trabajar y ahondar en nuestras historias. Resulta nefasto montarnos una gala para premiar algo tan vacío de personalidad como es nuestro cine actual, tan lejano al de hace seis o siete años y tan necesario como siempre.

Para qué queremos a los Muchachada si alguna de las estatuillas puede ir a parar a las manos de Agustín Díaz Yanes y su última película, Sólo quiero caminar, quizá uno de los mayores bodrios de nuestra historia cinematográfica. Para qué queremos una gala si seguimos tirando el dinero en historias como esta y obstaculizando el paso a una gente joven que viene cargada de talento. Y sobre todo, por qué tratamos de imitar a un país que considera un gran paso para la humanidad y la salvación de todo un planeta el simple hecho de elegir como Presidente del Mundo a un negro.
¿De qué mierda estamos hablando? ¿Qué coño importa tener un presidente negro si su hermanastro keniata (también negro, no lo olviden) es detenido en su país por consumir marihuana? Qué bonito y qué progresista es votar a un negro vestido con trajes de primera. Y qué violento resulta leer o escuchar todavía el término negro, eso sí que es avanzar.

A la política y el cine le sobran las medallas y los flashes de las fotos. Todo vale con tal de mirar hacia otra parte. Claro está que no todas las fotos son para las sonrisas de los miserables. Podemos respirar tranquilos mientras los objetivos de las cámaras apunten hacia tipos tan brillantes como Rafa Nadal, los hermanos Gasol o Jess Franco, quien recogerá esta noche el Goya Honorífico. Aquí tienen otro de los motivos por el que, no obstante, merece la pena ver la gala. Y porque, a pesar de todo, seguimos creyendo en el Cine más que en la política.

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